Hay personas que no soportan leer siquiera un pequeño cuento de terror, cuanto más ver una película de este género, porque aseguran que luego no pueden dormir debido a las pesadillas que tienen. Hay otra gente que, sin embargo, disfruta muchísimo viendo este tipo de películas, leyendo libros de terror, pasando miedo incluso en la vida real, en atracciones como las casas encantadas y los pasajes del terror. Es algo que muchos no pueden explicar, pero que tiene que ver con esa adrenalina que sentimos en ese tipo de situaciones, y que si se canaliza de forma controlada, puede ser un subidón similar al que alguien siente al hacer deportes extremos como el paracaidismo o el puenting. También es curioso que esas personas que tienen miedo a las películas sobrenaturales luego no tengan el menor reparo en disfrutar de otros filmes de acción, donde suele haber muchas más muertes violentas.
Y es que parece que hemos normalizado la violencia humana, pero seguimos teniendo un miedo exacerbado a todo lo sobrenatural, lo que tiene que ver con monstruos, fantasmas o criaturas demoníacas. Si bien estas últimas no han provocado muertes, y de hecho muchos incluso negaran categóricamente su existencia, atendiendo a la propia ciencia y a la realidad, las guerras que durante siglos se han llevado a cabo entre diferentes culturas y civilizaciones han dejado un reguero de sangre brutal, pero es algo que casi se ha dado por normalizado. Sin embargo, en Budapest encontramos una Casa del Terror donde no hay sustos de fantasmas, ni se habla de vampiros o seres de ultratumba. El horror de esta casa es el más real y el más peligroso que podemos sentir, el de la memoria de las guerras y el sometimiento a la fuerza de una población a ciertos regímenes dictatoriales.
Historia del museo
El Museo del Terror o Casa del Terror, llamándose Terror Háza en su original en magiar, es un edificio abierto en el año 2002 en el número 60 de la avenida Andrassy, una de las más importantes de Budapest, la capital de Hungría. Se trata de un edificio con mucha historia, puesto que anteriormente había sido utilizado durante años como edificio oficial por el gobierno del régimen comunista que influyó en Hungría hasta finales de los 80, siendo uno de los últimos en caer en Europa. El edificio era utilizado por la AVH, una especie de KGB local que llevaba allí a los presos y los encerraba en las celdas del sótano para torturarles y hacerles hablar. El edificio ha vivido mucho terror en sus paredes, y eso es lo que se refleja hoy por hoy aquí adentro.
En el año 2000 se decidió restaurar este edificio para convertirlo en un museo en honor a las víctimas y represaliados tanto por el fascismo como por el comunismos, que golpearon a Hungría durante el pasado siglo XX. El presidente Viktor Orban mandó restaurar el edificio dotándolo de un color oscuro en su fachada, para que tuviera un gran contraste con el resto de la avenida. El museo cuenta con tres plantas, repletas de salas de exposiciones tanto fijas como rotativas. La Casa del Terror se ha convertido en una especie de monumento, más allá der su misión como museo, sino también desde su propia fachada y su ubicación, un emblema para la ciudad.
Qué encontrarás en su interior
El Museo del Terror de Budapest se concibió como un lugar de homenaje para todas aquellas víctimas de los regímenes fascistas y comunistas que pasaron por Hungría durante el siglo pasado. Un recuerdo permanente a ellos, y también al desastre que provocó la Segunda Guerra Mundial, en la ciudad y en buena parte del país. Sin inclinaciones políticas, hay exposiciones fijas sobre el horror que el fanatismo ideológico provocó en la capital húngara durante década, primero a través del fascismo, con un gobierno en la onda del nazismo alemán o el fascismo italiano, y posteriormente con los 45 años de régimen comunista, donde se practicaron detenciones, torturas y también hubo desapariciones de disidentes. Al haber tenido más peso histórico ese régimen comunista, y extenderse más en el tiempo, buena parte del museo está dedicada a esa época.
Hay exposiciones fijas sobre las relaciones de Hungría con la Alemania Nazi y con la Unión Soviética, y también se llevan a cabo exposiciones ocasionales centradas en algunos líderes políticos locales de la época. Son tres plantas repletas de información y de historia, con fotografías, vídeos, documentos de la época y también trajes y uniformes, armamento y demás. La mayoría de las salas están en húngaro, pero también hay posibilidad de recorrer el museo con una audioguía en inglés, español, francés, italiana y alemán, entre otros idiomas. Una de las partes más morbosas y escalofriantes de este museo es su sótano, donde se han conservado las celdas en las que la antigua policía secreta pro-soviética metía a los disidentes, y también los torturaban en salas de interrogatorios que se han mantenido para poder ser visitadas.
Ubicación y precios
El Museo del Terror se encuentra en la Avenida Andrassy, una de las más importantes de la capital, en el número 60 de la misma. Es fácil de identificar, además, porque cuenta con una fachada en un tono oscuro que destaca sobre el resto. El museo está abierto de martes a domingo, entre las 10 y las 18 horas, para poder ser visitado por cualquier persona que lo desee. Se puede llegar fácilmente en transporte público, tomando la línea 1 de metro hasta la estación Vörösmarty, o también en tranvía, con las líneas 4 y 6, hasta llegar a la estación Oktogon. Al encontrarse en un lugar tan céntrico, es uno delos museos más visitados de toda la capital húngara.
En cuanto al precio, lo cierto es que como suele ser habitual en este país, las entradas a estos sitios son muy baratas, al menos con respecto a lo que nos costaría la entrada a un museo en Francia, Alemania o España. La entrada está a 2000 forintos húngaros, que al cambio son unos seis euros, o siete dólares estadounidenses. Así mismo existe una tarifa algo más reducida para estudiantes o personas mayores, aunque el descuento tampoco es excesivo. Por último, es conveniente saber que está prohibido sacar fotografías o hacer vídeos dentro del recinto, para mantener las exposiciones dentro de su propio entorno y no utilizarlas para ningún tipo de fin personal.